No es poco lo que se ha escrito de los Sitios de Zaragoza, aquellos sucesos bélicos que enfrentaron a los zaragozanos de comienzos del s. XIX con la Grande Armée de Napoleón, el mejor ejército del momento. Unos asedios que en poco más de seis meses prácticamente arrasaron una ciudad bimilenaria que perdió alrededor de una quinta parte de su población y muchos de sus tesoros patrimoniales. Pero también ayudaron a forjar una identidad propia de ciudad, de carácter a veces pesimista y otras de marcado orgullo.
Sin entrar en demasiado detalle de lo que pasó hace ya 209 años, aquél 15 de junio en el que las tropas francesas asomaron por las lomas de Torrero apuntando hacia un Pilar sin torres, quizás el hablar hasta la extenuación de este episodio histórico ha podido llegar a nublarnos la percepción del verdadero y enorme impacto que tuvo durante casi todo el siglo XIX e incluso el XX en muchos ámbitos.
Famosas son las coplillas y jotas que han ido surgiendo y que han enriquecido el acerbo cultural y popular de nuestra tierra, pero también en España, con las famosas obras de Galdós en sus Episodios Nacionales, donde acuñó esa frase ya tan nuestra de Zaragoza no se rinde, o la famosa obra musical y militar de Cristóbal Oudrid, que incluso ahora tiene su versión maquinera.
Pero no nos podemos quedar sólo en el ámbito nacional, pues el impacto de los Sitios fue mucho más allá y, muchas veces, poco conocido. Es curioso enfrascarse con las típicas lecturas veraniegas, echar al bolso de la playa algunas de las grandes novelas de la literatura universal, y ver cómo un ruso llamado Lev Tolstoi en su novela Guerra y paz nombra a Zaragoza y los Sitios. O leer Los miserables de Víctor Hugo, una de las obras cumbre de la literatura francesa y en la que son varias las veces que se nombra a nuestra ciudad, la valentía de los sitiados o al general Palafox.
Sin embargo, de un hecho tan cruento como la guerra a veces surgen “relaciones” curiosas, como podría ser la de Polonia y la capital del Ebro. Fueron cientos los polacos que lucharon en Europa del lado de Napoleón, quien les prometió a cambio de su apoyo la independencia de Polonia, por entonces en manos del imperio ruso. Esa promesa llevó a hombres como los lanceros del regimiento del Vístula ante los muros zaragozanos para luchar por la independencia de su tierra. Pero cuando, contra todo pronóstico, vieron cómo las habitantes de aquella ciudad con poco más que unas tapias por defensa se defendieron contra el invasor con todo lo que tenían, les quedó por siempre el recuerdo de aquellas gentes que, al fin y al cabo, luchaban por lo mismo que ellos. Es por eso por lo que si visitamos hoy el Museo Nacional de Varsovia encontramos obras como Asalto a los muros de Zaragoza del pintor January Suchodolsky. El recuerdo quedó tan arraigado entre el pueblo polaco que más de 130 años después, primero con el levantamiento del gueto judío de Varsovia y luego el de la ciudad al completo contra las tropas de la Alemania nazi, uno de los gritos de guerra que resonaron en las calles fue “Pamietajcie o Saragosiee” (Recordad Zaragoza).
Muchos son los edificios y calles de Zaragoza en los que aun se pueden ver los restos de la Guerra de la Independencia y de la lucha diaria de los Sitios. De aquellos días todavía quedan ecos y huellas palpables. En Glorieta Sasera, más conocida como la zona de “los cañones”, se alza un monumento junto a dos piezas de artillería convertidas hoy como lugar de encuentro de citas, amantes, amigos y compañeros de juerga. Pero hace algo más de dos siglos allí se levantó el reducto del Pilar, que durante el segundo sitio resistió todo lo que les lanzaron los franceses a un reducido grupo de defensores.
Famosas son las huellas de los balazos en la Puerta del Carmen, la única de las antiguas puertas de la ciudad que ha sobrevivido hasta nuestros días. Pero menos conocido es que en las fachadas este y norte de la Basílica del Pilar se pueden ver perfectamente los boquetes dejados por la artillería gala. Aunque tampoco nos podemos olvidar de otros edificios con cicatrices de la época, como los que podemos encontrar por la Magdalena en la calle Doctor Alejandro Palomar, uno en la esquina con calle de la Viola y sobre todo la totalmente ametrallada esquina con la calle de la Poza. Huellas de nuestra ciudad que debemos conocer y no olvidar pues, como se puede ver, es una historia conocida más allá de nuestras fronteras.
Sergio Martínez Gil